¿Una armónica de cristal?
Pues sí, lo has leído bien, una armónica de cristal. Pero no creas que este singular instrumento recibe su nombre por tener ni siquiera un remoto parecido con al armónica que has visto tocar a músicos callejeros, hombres orquesta y vaqueros alrededor de una hoguera en la noche solitaria. No. Este instrumento recibe su nombre por producir armónicos. En este vídeo puedes apreciar lo bello (y seguro que muy reconocible) sonido de este instrumento. William Zeitler interpretando «La danza del hada de azúcar», de «El cascanueces» (1892) de Tchaikowsky.
Fue inventada por Benjamin Franklin en 1761. La inspiración le llegó tras escuchar el sonido de las arpas de cristal (copas rellenas de agua de forma desigual y que emiten un sonido vibrante al rozar sus bordes con las yemas de los dedos húmedas).
Las armónicas de cristal consisten, básicamente, en una serie de platos de cristal superpuestos que se alinean en torno a un eje que gira activado por un pedal. El intérprete ejecuta la pieza musical rozando los bordes de los platos con las yemas de los dedos húmedas, al igual que haría con la copa de cristal, pero en este caso es el plato el que gira, no el dedo alrededor del borde de la copa, produciendo un agradable sonido. Músicos como Mozart, Beethoven o Richard Strauss compusieron piezas para tan singular instrumento. Sin embargo lejos de tener éxito no tuvo ningún éxito. La música creada para la armónica de cristal fue prohibida pues se decía que causaba “locura, depresión y problemas conyugales”.
El musicólogo alemán Friedrich Rochlitz escribía en el periódico musical “Allgemeine Musikalische Zeitung” que “la armónica estimula en exceso los nervios y sumerge al músico en una acuciante depresión y, por lo tanto, en un oscuro y melancólico humor que acaba llevándolo a una lenta auto-destrucción. Si sufre de algún desorden nervioso, no debería tocarlo; si aun no se encuentra enfermo, no debería tocarlo; si se encuentra melancólico no debería tocarlo”. en la actualidad se sabe que esos síntomas los producía el exceso de plomo -tóxixo- empleado en la fabricación del cristal, y no su sonido, como se le atribuía.
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