
¿Qué fuerza misteriosa impide que nuestras ciudades, barrios, viviendas y puestos de trabajo sean así de inspiradores?
Soy un profundo crítico del entorno que nuestros aclamados políticos, urbanistas, arquitectos y en definitiva, todos aquellos que han participado en crear de nuestras ciudades lugares insufribles, salvo en contadas ocasiones. La ciudad en la que resido, como tantas otras, tiene una ausencia casi total de belleza. La tiene, sí, pero hay que buscársela. Ha sido, y es, una especie de hongo de hormigón que ha crecido y crece de forma absurda, desordenada (o siguiendo un orden antinatural) que ha destruído sistemáticamente uno de los entornos más bellos de la península ibérica, y como mi ciudad, la gran mayoría de los pueblos, villas y ciudades de mi región. La prueba, está a la vista, y no en vano vivo en una región de España en la que se denomina «feísmo» a una tendencia arquitectónica a la que se debería denominar, sin más, fealdad, pura y dura.
Sin embargo, hay ocasiones en las que buceando por la red uno encuentra cosas como esta que lo reconcilian con el mundo contra el que tanto ruge y del que tantas cosas feas cree que podrían haber sido de otra manera, y una de esas es el estudio de arquitectura Selgas Cano en Madrid.
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