
El buscador de oro y piedras preciosas, Raffi Stepanian, en una jornada de trabajo.
La fiebre del oro, esa enfermedad que afecta de forma periódica a aventureros de todo el mundo hacia remotos lugares movidos por el afán del enriquecimiento rápido. Uno de los primeros libros que recuerdo haber leído de Jack London fue «La quimera del oro» (1905) trata sobre una de esas fiebres. La narración me producía frío, me hacía sentir nostalgia y mucha compasión por los protagonistas de una historia de avaricia, lucha entre la vida y la muerte y la búsqueda de oro en Alaska, en Klondike, la remota región de Yukón. Los enormes bosques de coníferas y los ríos congelados, los osos, el frío, la soledad y el asesinato… un alto previo pagaron quienes buscaron la riqueza contagiados por la fiebre del oro. Nadie podía imaginar que se podría practicar la minería en el centro de Nueva York y sin necesidad ni de pico, pala u otra maquinaria pesada. Permítanme presentarles a Raffi Stepanian, el primer minero urbano. De hecho ejerce su profesión en Manhattan.